
Allí, cada cuarto domingo de abril, los padres llevan a sus hijos menores de un año. Los pequeños, cara a cara, en brazos de orondos desconocidos, se enfrentan en una competición de la que son ajenos, ante los ojos de unos padres expectantes por un incipiente puchero. Para no perder el tiempo (suelen acudir una media de cien niños cada año), un juez con vestimenta tradicional japonesa les grita “Naki! Naki!” (¡Llora! ¡Llora!), mientras el luchador los balancea.La mecánica es simple: el que suelta el primer berrido gana; si hay empate, vencerá el que lo haga más fuerte. Si la cosa se prolonga, se buscan métodos más efectivos: muecas o una careta de oni, criatura demoníaca del folclore japonés.
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