AÑO DEL BICENTENARIO

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Gogó Andreu: Entrevista

"La princesa y el sapo": un clásico de la fábrica de Disney


No debe ser nada sencillo para los ejecutivos de Disney pensar estrategias para reinsertarse en el mercado de las películas animadas. Tras el surgimiento de Pixar y de Dreamworks Animation, los dominios de los dibujos animados (en los que Disney supo ser amo y señor) se volvió hipercompetitivo.

La respuesta que encontraron los herederos del viejo Walt fue refugiarse en la animación tradicional (es decir sin alarde de tecnología) y seguir apuntando con énfasis hacia el público decididamente infantil. Allí donde Pixar y Dreamworks resuelven hacer filmes con múltiples capas de lecturas (para chicos, para jóvenes, para adultos), Disney decidió mantenerse firme en alimentar casi von exclusividad a los chicos.

En algunos casos, la apuesta dio réditos excelentes: “El rey león”, “El jorobado de Notre Dame” y “La bella y la bestia” son prueba de ello. En cambio, otras veces las cosas no salieron tan bien, al menos desde el punto de vista cinematográfico: “Aladín”, “Hércules” o “El planeta del tesoro” son algunos ejemplos.

En este contexto, llega a las pantallas “La princesa y el sapo”, que carga sobre sus espaldas una cruz extra. El mundo de las hadas, las doncellas y los cuentos infantiles ya fue largamente satirizado y reelaborado por la saga de “Shrek”, acaso la creación más lograda por los laboratorios Dreamworks. Pero así y todo, Disney se animó con ese universo. Y tan mal no le fue.

En esta versión de la clásica fábula sobre la princesa que besa al sapo, la acción se traslada a la Nueva Orléans de los años 20, en la que conviven la explosión del primer jazz, las desigualdades sociales y raciales, y los cultos sincréticos que mezclaban tradiciones occidentales y africanas, como el vudú y el animismo.

Parece un poco elaborado para una película infantil. Y, sin embargo, los guionistas se las ingenian lo más bien para meter todo esto (en dosis más o menos diferibles para los más chicos, claro).

La historia es así. Tiana es una joven negra, hija de una costurera y un trabajador esforzado, que tiene un sueño: montar su propio restaurante. Mientras acumula empleos para ahorrar capital, un joven príncipe medio tarambana, noble y amante del jazz llega a la ciudad.

Una amiga de Tiana, rubia y rica, se propondrá conquistar al príncipe organizando una fiesta en su casa y contrata a la protagonista para que se encargue del catering. Pero en medio de todo esto aparece un malvado tarotista, experto en las artes de la magia negra y el vudú, que tratará de aprovechar la movida para incrementar su fortuna.

Luego llegará, la fiesta, la confusión, el beso fatídico… y a fin de cuentas Tiana y el príncipe quedarán ambos convertidos en sapos. Lo que los llevará a refugiarse en los pantanos, conocer a un cocodrilo trompetista y una luciérnaga enamorada, y luchar por su regreso a la humanidad.

Por extraño que parezca, la película termina resultando pareja. Con momentos divertidos, momentos dramáticos y momentos románticos, como corresponde a cualquier clásico de Disney. Algunas escenas pueden ser un poco tenebrosas para los más chicos, pero esto tampoco es nuevo en la imaginería de Disney.

“La princesa y el sapo” termina siendo, de este modo, un mojón esmerado en la galería de películas de Disney. Quizás no quede en la historia, desde ya que no marcará un hito como lo han hecho “Toy Story” o “Shrek”. Pero su propuesta elude la mayoría (no todos) de los lugares comunes, es entretenida y, quizás lo más importante, no subestima a sus espectadores. Sea cual fuere su edad.

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